Give & Knit




 La historia de la recoleccion de estambres y sus historias dentro... 


Un dia, estando en mi reclinable de quimio, antes de la canalización para ponerme una "roja", tenía tanto miedo que fantaseaba con huir de ahí, salir corriendo, por toda la López Mateos, hasta llegar a la frontera, trepar el muro, correr y correr, ver desiertos, bosques, lagos, atravesar los países ajenos, hasta entrar en el agua helada del polo y refugiarme, fría hasta el hueso, en un iceberg flotador. Mi imaginación tuvo que detenerse cuando vi una mancha distractora en la manta de dinosaurio que llevaba de uno de mis hijos, tuve que reconocer que el miedo me invadía, que odiaba tener que estirar el brazo, que sentir la aguja era una delicia en comparación a las terroríficas noches que me esperaban. 

El verdor de esa manta me hizo reflexionar  que mis hijos ignoraban lo que yo estaba haciendo, pero contaban con mi regreso, con mi presencia para siempre, ellos no comprenden la finitud de la vida, y para ellos, su mamá fue al doctor por sus medicinas y volverá, estará "indispuesta" unos dias, y aunque calva y rara, seguirá escuchando cada dia lo que soñaron la noche anterior... Entonces ponía un brazo y aceptaba entre lágrimas la bendita quimio roja que me daría, a la larga, más vida para estar con ellos, y con el otro brazo apretaba la tela, dándome valor a través de ella, y con el sopor de la premedicación, me arropaba  y viajaba al lugar desconocido donde cada infusión me llevaba. 

Esas mantas, minipeluches, libros y demás objetos de mis hijos me los llevaba como amuleto a cada una de las dieciséis sesiones, en las que me sentaba en mi reclinable, que fue como mi asiento de piloto, de una nave que me llevaría a un lugar completamente desconocido, fuera de mi, de mis límites conocidos para luego volver  de regreso a mi misma, en una misión para recuperar mi salud. Y aunque me sentía más sola que El principito en el desierto, sabía que esa parte tenía que hacerla yo, que nadie más podía tomar mi lugar, pero que un cúmulo de personas me respaldaban, con su presencia, sus oraciones, su preocupación, y me debía a ellas, a mi, que creían en mi y yo debía creer también, que podía atravesar esta "etapa".

Esos amuletos eran recuerdo contundente de que no debía rendirme, ni huir a un helado iceberg, que miles de mujeres estaban sentadas conmigo, cada una en su reclinable, estirando su brazo, alrededor de todo el orbe, y todas teníamos miedo, ademáas tenía quien me esperaba en casa, asi que me aferraba a eso, y tomaba con resignación el "trago" amargo. Y un día tuve una idea, de que quizá no todos los que iban a sentarse ahí traían un amuleto, que quizá muchos o todos se sentían solos también, y no sabían que yo podía acompañarlos, decirles de algún modo "te comprendo, estoy pasando lo mismo" o "ya pasé por aquí y si yo pude lograrlo, también tú".

Pensé que lo único que sé hacer con decencia es tejer en telar y quise hacer una bufanda para cada uno de mis compañeros de quimio, darles un prenda para éste invierno de sus vidas, que quizá se ha prolongado por años, pero que aún pueden lograr superar. 

Pero pensé en las limitantes económicas ¿de dónde sacaría el dinero para comprar estambre? Entonces recordé que tenia unas cuantas madejas por ahí perdidas, y que quizá toda la gente las tiene, y decidí pedir estambre como donación. Lo publiqué en un par de grupos de mujeres y la respuesta fue increíble.

Desde septiembre empecé a recibir madejitas y estambres nuevos para tejer. Y con esas entregas conocí mujeres generosas, e historias conmovedoras que guardaré siempre en mi corazón. Conocí cinco "Patys" que me parecía increíble que con lo diversas que son su nombre y generosidad las uniera. Una de ellas vino a enseñarnos a tejer, otra de ellas se organizó con vecinas y amigas y me trajo muchísimo estambre, otra de ellas me concedió el honor de terminar de tejer proyectos de su amiga que ya había partido de éste plano y que también cursó un tratamiento contra el cáncer. 

Leí las historias que ya traían algunas de esas madejas, que les pertenecían a las manos tejedoras de personas que no están entre nososotros, pero son recordadas con amor y ahora sus historias se extienden en esos tejidos que arropan a personas que se enfrentan a un capítulo terrible, sino es que el más difícil de sus vidas. 

Paty también me hizo llegar 84 gorritos hechos en la pandemia, por sus propias manos, y que ahora cobijarán cabecitas calvas y no calvas, pero llenas de temor y valentía, y cada una de las piezas son hermosas y hechas con sobrada dedicación. 

Así varias tejedoras me hicieron el honor de obsequiarme el trabajo de sus manos, otras mujeres más me dieron dinero, estambres, telares, piezas ya hechas, para entregar esas prendas que quizá sean el amuleto de otras personas que como yo, no deben olvidar que tienen una comunidad que los respalda, que sus seres queridos los aman, que hay otras personas como ellas alrededor del mundo buscando recuperar su salud. 

He tenido el honor de conocer a estas mujeres, de ser partícipe de sus historias, mi mamá tejió muchísimo también, lamentablemente yo no contaba con que uno de los efectos secundarios de mi tratamiento sería dolor articular (intenso) que me impidió durante meses hasta teclear, así que el gancho y el telar solo rodaba por toda la casa con proyectos inacabados por que yo no podía realizarlos, ahora que empieza el invierno el proyecto no termina sino que creo que se prolongará por un buen tiempo en tanto que haya estambre podré seguir tejiendo consuelo, acompañamiento, amor y comprensión. 

Les dejo fotos de ésta historia. Aquí el post de mi terapeuta que lo comprendió todo. 




Comentarios

Entradas populares